Conocí al buen Jhemy Tineo Mulatillo en las clases de Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), allá por el 2019, cuando yo culminaba la maestría y él recién la comenzaba. Era una de las figuras sobresalientes de ese grupo de maestrandos; tal vez por eso me llamó la atención. Aunque en ese entonces no compartimos muchos momentos —pues él era casi un autor inédito y yo apenas había oído hablar de él—, el acercamiento se iría dando poco a poco.
Sin embargo, lo conocería a cabalidad cuando leí su libro de cuentos Los sacrificios de la carne (2021), ganador del Premio José Watanabe Varas, que me sorprendió por su innovador manejo de los diálogos —al estilo de Cormac McCarthy, por ejemplo— y por cómo los engarza en las aventuras de niños y adolescentes que descubren la sexualidad y otras experiencias de la vida, que se les abre como una caja de sorpresas.
La última vez que nos vimos fue en el parque Kennedy de Miraflores, durante la Feria Ricardo Palma de 2024. Me compró Operación Catástrofe (2024) a un precio especial, y nos tomamos una selfi. Además, lo felicité por haber resultado finalista del Premio Clarín de Novela ese mismo año. Él, con una sonrisa en los labios, me comentó que Editorial Planeta publicaría esa novela suya ya reconocida al año siguiente, y así sucedió a los meses. Intercambiamos números de celular y le pedí que me hiciera llegar un ejemplar cuando saliera publicado.
Ese ejemplar, Los restos de la piel (Tusquets Editores, 2025), me llegó en medio de gran expectativa. Hace un par de semanas vi una videorreseña en YouTube donde se despotricaba contra la novela, tildándola de coprológica, escatológica, mal estructurada, absurda a ratos, entre otros calificativos que suelen usar algunos críticos literarios cuando desean destruir una obra que no es de su agrado. Por ello, como hacen los lectores interesados en las novedades editoriales, inicié de inmediato la lectura, movido por esa prisa de la que hablaba Gabriel García Márquez (por cierto, me encantó la primera temporada de Cien años de soledad en Netflix, 2024), quien decía que los escritores leen a otros escritores para saber cómo las escribieron.
Una vez terminada la lectura de la primera novela de Jhemy Tineo Mulatillo, confirmé que ha consolidado su estilo y forma de narrar: un estilo polifónico y muy oral, interesado en las bajas pasiones humanas, preocupado por el oficio de escribir y leer literatura, con una clara apuesta por la innovación formal. Todo ello la convierte en una novela ágil, entretenida, divertida e interesante.
La historia principal gira en torno al docente y escritor “Dorian Gray Charapa” —también conocido como “Loco Libros” o simplemente Jesús—, de quien se narran una variedad de peripecias. Una de ellas ocurre en la primera parte del libro: una salida nocturna con un amigo y dos alumnas, una de las cuales, más adelante, le pide dinero para un supuesto aborto del hijo que habría concebido con su enamorado (aclaración: no se trata del docente). En la segunda parte, se revela que ella nunca abortó y que, por el contrario, tuvo al niño, quien resulta ser —por su gran parecido físico— hijo de “Dorian Gray Charapa”.
Es cierto que he encontrado ciertos desperfectos en la estructura de la novela. La narración varía constantemente debido a la diversidad de registros y narradores, lo que puede dejar al lector, al final, con la sensación de que todo ha sido volátil, disperso, mediano. Como si el autor hubiese tratado de aglutinar elementos que, en sí mismos, no son esenciales, solo con el fin de liberar al espíritu narrador, regocijándose en lo erótico, lo literario, lo sarcástico, lo mundano, lo lúdico, y, claro, también, lo coprológico. Y, en efecto, el gran defecto de esta novela es su estructura total, que no logra consolidar una propuesta seria o trascendental, sino que se limita a ofrecer aventuras y más aventuras de sus personajes.
Aun así, esta novela entrelaza lo erótico, lo mundano y lo escritural. Sugiere un tejido denso de voces, pasiones y miradas: cuerpos que se desean, vidas que se rozan, textos que se escriben o se deshacen al ser leídos. Destaca, en ese sentido, la polifonía, donde un coro de voces se cruza y se exalta alrededor de esos ejes. Y, aunque es cierto que existe un capítulo titulado “Heces”, la principal preocupación de la obra no es, definitivamente, lo coprológico ni lo escatológico, sino las bajas pasiones humanas que tienen la mayoría de los hombres.
Por otro lado, la gran propuesta de esta novela —tan bajtiniana y febril— es su espíritu de carnavalización. En ella, las jerarquías se invierten, las máscaras se multiplican, los cuerpos hablan más que las palabras, y las voces se entremezclan como en una orgía verbal de deseos, ironías y excesos. Sus personajes son apasionados, bohemios, eróticos, mundanos, escritores y lectores; todos estos ingredientes hacen que la novela estalle en una celebración polifónica de caos lúcido.
En una entrevista, Jhemy Tineo explicó lo siguiente sobre la novela: “Es la realidad de todos mis amigos, que aman la literatura, la estudian, pero luego acaban de docentes. Pero yo quería reírme un poco de esto y jugar con la ironía. Porque la literatura no tiene que ser totalmente seria y de denuncia. También debe tener cierto espacio para lo lúdico, para los contrastes y sensaciones”. Por ello, la invitación a leerla está hecha.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor, corrector de estilo, columnista y amante de los libros. Estudió Literatura y cursó la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023) y Operación Catástrofe (2024). Ha sido distinguido en diferentes certámenes literarios, tanto nacionales como internacionales.