Uno de los primeros libros que me reveló el fracaso de un artista, escritor o alguien relacionado con ese mundo fue Trópico de Cáncer (1934) de Henry Miller. En esa novela, más allá de sus pasajes lujuriosos, se relata la vida de los protagonistas malviviendo como escritores o artistas, subsistiendo de forma precaria, como dirían algunos economistas. La leí a los dieciocho años y me dejó una impresión terrible: en la literatura no todo era color de rosa.
Dicen que fue Jorge Luis Borges quien abrió uno de los caminos de la metaliteratura en la literatura latinoamericana, mostrando gran interés por la vida y las reflexiones de escritores, filósofos, teólogos, pintores, es decir, personajes arquetípicos o modélicos. Solo por eso hubiese merecido el Nobel de Literatura, pero lamentablemente, de algún modo, perdió esa oportunidad, aunque lo merecía.
Uno de sus grandes discípulos, y también una figura destacada de la literatura latinoamericana, el escritor chileno Roberto Bolaño, utilizó ese bello recurso de la metaliteratura para crear magníficos cuentos y novelas inspirados en esos personajes que, desde la época de los griegos, en su mayoría ocupaban roles periféricos o subalternos; es decir, rara vez tuvieron un papel protagónico en las altas esferas políticas de sus sociedades, salvo ciertas excepciones.
En 2666 (2004), en la parte de los críticos literarios y del escritor ficticio Benno von Archimboldi, Bolaño narra, a través de los ojos de los estudiosos de la novela, los padecimientos, penurias y exilios del mejor escritor de Alemania, aunque sea solo una criatura del gran Roberto Bolaño. Este talentoso escritor chileno también escribió libros memorables como La literatura nazi en América (1996) y Llamadas telefónicas (1997), con relatos excepcionales sobre escritores, que todo aspirante a serlo debería conocer y meditar.
Hay cientos de testimonios sobre esto. Basta con leer los diarios, cartas o memorias de los escritores. En La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro, el cuentista narra sus derrotas y fracasos, de los que solo su enorme convicción podía salvarlo y soportar aquellos pasajes de masoquismo y sufrimiento que cuenta, como quedarse días sin comer o trabajar de forma brutal durante más de doce horas.
También podemos leer las cartas y biografías de César Vallejo y de tantos otros que sufrieron experiencias similares. En las novelas de los autores del Boom latinoamericano, también hay pasajes donde se relatan los tristes destinos de quienes no alcanzaron el éxito literario. Podemos ver esto en Rayuela (1963) de Julio Cortázar, La tía Julia y el escribidor (1977) de Mario Vargas Llosa, La silla del águila (2003) de Carlos Fuentes o Vivir para contarla (2002) de Gabriel García Márquez.
Algunas de las últimas novelas en español que leí con embeleso y placer, y que reflexionan sobre escritores o artistas, fueron Prohibido entrar sin pantalones (2013) del escritor español Juan Bonilla y El amante uruguayo: Una historia real (2012) de Santiago Roncagliolo. En particular, ambas me parecieron obras excepcionales. Los grandes protagonistas literarios son, justamente, los mismos escritores; y cuanto más complejos y aventureros, mejor.
Incluso en el cine y la pintura se ha explorado la vida de esos letraheridos que son los escritores, quienes, al igual que los científicos o grandes figuras de la historia, tienen algo de magia y alquimia. En el cine encontramos películas como Genius (2016), basada en la vida del grandioso escritor norteamericano Thomas Wolfe, o Medianoche en París (2011), que ya he visto como treinta veces y siempre me resulta deslumbrante.
Mis autores de cabecera también han sido grandes escritores metaliterarios: Mircea Cărtărescu (lamentablemente no ganó el Nobel este año, aunque lo merece desde hace tiempo), Thomas Mann, Hermann Hesse, José Saramago, Doris Lessing, Franz Kafka, León Tolstói, Fiódor Dostoyevski, Orhan Pamuk, Gustave Flaubert, Víctor Hugo, James Joyce, Knut Hamsun, Ernest Hemingway, entre otros. Todos ellos reflexionaron sobre la escritura y la literatura en sus cartas, diarios, memorias e incluso en sus obras. En pocas palabras, tenían una destacada conciencia artística.
Aunque, en realidad, a los lectores y al público en general les importan poco estos temas, ya que prefieren leer libros que les enseñen algo sobre asuntos que les interesan. Por eso, los críticos literarios suelen calificar de “escritores de culto” o de “escritores para escritores” a los autores que practican esta línea de escritura. Sin embargo, si un libro metaliterario o metaescritural alcanza una fama que incluso trasciende fronteras, entonces el libro se vuelve interesante para todos. Solo unos pocos logran esto. Y para muchos, no lograrlo también es una derrota.
Para finalizar, hace poco conversaba con un escritor y editor exitoso, en los límites de lo que significa serlo en nuestro país. Al ver la publicación de mi nueva novela, que aún no ha leído, me dijo que desistiera; que si buscaba dinero y poder, debería seguir otros caminos. “A lo mucho terminarás como yo, con algo de dinero y muchas deudas, pero te darás cuenta de que fue en vano”, me dijo este amigo, de unos cuarenta y tantos años. Temí por mi destino, pero me respondí a mí mismo que era lo único que sabía y amaba hacer: leer y escribir, y vivir, siempre vivir.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor. Estudió Literatura y la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023), Operación Catástrofe (2024). Finalista en Poesía del Concurso Nacional de Cuento y Poesía “Huauco de Oro” (2024). Mención de honor del Premio Nacional de Relato Corto (2023) “Feria de Libro de Amazonas”. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relato (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.