Por Francois Villanueva Paravicino

En la universidad me jactaba de haber leído a la mayoría de los premios Nobel de literatura de Estados Unidos, desde Sinclair Lewis (1930) hasta Isaac Bashevis Singer (1978), pero a la última escritora que lo había recibido hasta entonces (la primera década del siglo veintiuno), Toni Morrison, sus libros todavía me eran desconocidos y, por ello, pendientes.

Recuerdo haber disfrutado y aprendido demasiado de las obras de estos autores galardonados, ya que existen piezas maestras de la literatura universal entre ellas, como los cuentos de Ernest Hemingway o Isaac Bashevis Singer, las novelas de William Faulkner, Saúl Bellow o John Steinbeck, y los poemas de T. S. Eliot o Louise Glück.

Por su parte, algunas novelas de Toni Morrison (según tengo entendido hasta Beloved, 1987) habían recibido críticas muy elogiosas por parte de académicos y escritores de todo el mundo de la talla de Harold Bloom, por ejemplo, o, en nuestro pequeño mundillo literario local, un poeta peruano hace poco reconocido en los premios Copé de poesía decía que era una autora fundamental del siglo XX.

Pese a que recién pude conocer su literatura cuando ella ya había fallecido (1919), me impresionó aquella cualidad “poética” en su prosa novelística (del que la Academia Sueca lo había resaltado cuando se le otorgó el premio: “quien en novelas caracterizadas por fuerza visionaria y sentido poético, da vida a un aspecto esencial de la realidad estadounidense”), que, ahora que lo veo a cierta distancia, se refleja muy bien en aquella joya novelística titulada La canción de Salomón (1977).

Lo leí en la colección Biblioteca Premios Nobel del diario El Comercio que salió hace algunos años y que, creo yo, la traductora Carmen Criado desempeñó un grandioso papel. Al sumergirme en sus primeras páginas, el estilo discrepaba del utilizado en Sobre héroes y tumbas (1961) de Ernesto Sábato, que hace poco había terminado de releer y que, es cierto, es también una magnífica novela.

Y la diferencia radicaba en que la prosa de Toni Morrison es poética, estética, mítica y muy trabajada estilísticamente, y cuya historia contada o narrada es explosiva, paroxística y, hasta pudiese decir, épica. Esta novela de más de cuatrocientas páginas tiene mucho de lo que los consumados lectores de novelas requieren de ella: el realismo crudo y el realismo mágico.

En efecto, la maestría de la pluma de esta consagrada escritora estadounidense, que tiene un ritmo trepidante que crece mientras las páginas avanzan, deshilvana la historia del joven Lechero, “supuesto” hijo de Macon Muerto, quien es un hombre negro que hizo su fortuna “desdeñando” a sus contemporáneos de su mismo color, ya que le parece que ellos reúnen todos los defectos de los norteamericanos.

Por su parte, desde los primeros capítulos de la novela a Lechero Muerto, el hijo, se revela esa especie de animadversión que siente por su propio nombre (le parece tan patético) o su apellido (le suena ridículo), y por el cual reflexiona (es una paráfrasis) en sus diálogos con sus amigos (por ejemplo, con Guitarra): “Los blancos ponen los nombres a los negros como a los caballos” o “Los blancos quieren más a sus mascotas que a los negros”.

Aunque la novela está ambientada desde los años treinta a los sesenta del siglo pasado, revela a todas luces la discriminación y lucha racial que existía en Estados Unidos, y por el cual se menciona también al Ku Klux Klan, el grupo de odio supremacista blanco estadounidense que victimizaba a las personas de color en EEUU.

Sin embargo, lo real maravilloso también está presente en esta novela de tinte mítico. Existen anécdotas de “apariciones fantasmales” y relatos engarzados en la estructura novelesca de índole oral afroamericano, como la presencia al final de la novela de la “curandera” Circe, quien le revela a Lechero el origen de su identidad y, también, por qué no se sentía tan identificado con su padre. En ese sentido, La canción de Salomón es, a todas luces, una gran novela del siglo XX.

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Francois Villanueva Paravicino

Escritor (1989). Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o, de su propio país como de países extranjeros. Mención especial del Primer Concurso de Relatos “Las cenizas de Welles” (2021) de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.

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