A mediados de la semana pasada, luego de la jornada de trabajo en la miniferia que se viene llevando a cabo hasta este domingo, mis camaradas Juan José Cavero, autor laureado, y Alberto Gonzales Zamora, escritor de formación periodística, y yo conversamos en una taberna sobre la producción literaria capitalina, dividida en dos grandes grupos: los de las altas esferas y los de las periferias. Apostando por su sinceridad, ambos despotricaron contra ambos grupos.
Después de una larga charla que se prolongó hasta altas horas de la madrugada, concluimos, junto con mis amigos (ambos de más de cuarenta años, uno padre soltero y el otro simplemente soltero), que el camino de la literatura es un trabajo sumamente solitario. Además, recalcaron que el único deber del escritor es escribir, es decir, que no debe importarle la opinión de los críticos literarios ni de los lectores que se hacen llamar acuciosos. Eso me recordó las afirmaciones de William Faulkner, uno de mis escritores de cabecera en mis primeros años universitarios.
Hace poco, Efer Soto, editor, cuentista y novelista, me compartió este microrrelato: “Fulano, en un arranque de humildad o de sinceridad—nadie lo sabe—, dice que su obra no es la gran cosa, que ha perdido tiempo escribiendo sus libros, que pensó ingenuamente que lo llevarían a alcanzar la inmortalidad en el ámbito de las letras. Sus amigos, animados por esa inesperada confesión, le dicen que, efectivamente, ellos siempre han pensado lo mismo de sus propias obras. Ahora Fulano los tiene bloqueados a todos”. Esto también viene al caso.
El fin de semana pasado terminé ese librazo titulado La posibilidad de una isla (2005), de Michel Houellebecq, que me impresionó de principio a fin. Como lo comprobé al leer hace ya varios años El mapa y el territorio (2010), es un autor interesante, de esos que escriben sobre temas tan actuales, tan universales y tan especiales, que uno entiende que es versado, culto, hasta erudito. Tal es así que siempre recuerdo la respuesta que dio a una crítica literaria argentina cuando le preguntó de qué se arrepentía en su vida: “De no haber leído más libros”.
Como muchos de sus lectores apuntan, esta novela podría unirse a esas grandes obras tempranas de su autoría, como Las partículas elementales (1998), Ampliación del campo de batalla (1994) o Plataforma (2001), que “describen la miseria afectiva y sexual del hombre occidental de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI”. Esta novela, intercalada entre diarios de personajes con el mismo nombre y diferentes numeraciones (como versículos), cuenta principalmente la historia de Daniel1, quien, a los treinta y nueve años, ha reunido unos seis millones de euros haciendo guiones de obras provocadoras y trabajando incansablemente en el área de espectáculos. Para entonces, ya posee propiedades valorizadas en varios millones de euros.
Este protagonista, a esa edad, se enamora de Isabelle, una compañera de trabajo de aproximadamente treinta y cuatro años, con quien llega a casarse. La relación es muy activa pasionalmente. Sin embargo, con el pasar de los años, se trunca. Al divorciarse, el narrador cuenta que ahora amasa una fortuna de cuarenta millones de euros, de los cuales le dio siete a su exesposa. No tuvieron hijos; solo criaron una mascota de pedigrí que solo poseían príncipes, rockstars o gente millonaria.
El protagonista, en vez de refugiarse en otras chicas y otros amores, sigue con su trabajo. Sin embargo, conoce a Esther, una chica bella, exitosa y muy joven (de poco más de veinte años), con quien termina forjando una relación amorosa y sexual que, es justo admitirlo, le hace sentir felicidad. Él sabe que todo terminará mal, pero aun así se aventura en la relación con todo el amor posible.
Cabe destacar que el protagonista forma parte de una secta religiosa que cree y trabaja en la inmortalidad del hombre, en la que incluso figuran Steve Jobs y Bill Gates. Gracias a su gran fortuna, forma parte de los líderes de la organización. En esa religión, el profeta o líder tiene su harén de chicas bellas y jóvenes, quienes solo se acuestan con él, a menos que él les haga otra petición.
La relación con Esther, poco a poco, se resquebraja (también ha sido muy intensa pasionalmente) hasta que, al final, culmina en una orgía en la que la joven es invitada a participar. En una escena terrible, después de que el protagonista llorara por primera vez en veinte años, totalmente ebrio e impotente, al recomponerse y despertar, descubre a su amada teniendo un trío con dos jóvenes que celebran la hazaña con gran alegría. El protagonista afirma que esa fue la última vez que la vio.
La novela, con esa maestría que caracteriza a Michel Houellebecq, en la tercera parte o epílogo, culmina cuando el protagonista se ha refugiado, junto con su mascota (que heredó tras el suicidio de su exesposa con una sobredosis de morfina), en un bosque donde existe una tribu de caníbales o seres brutales que se pelean entre sí para devorar al más débil. Al final, esos salvajes asesinan a su mascota y el protagonista decide huir a pie en medio de la selva, dispuesto también a morir. He aquí una novela magistral. Totalmente recomendada.
El gran novelista y cineasta Emmanuel Carrère ha dicho sobre su literatura: “Houellebecq es el novelista más importante de nuestro tiempo. Su obra nos obliga a ver el mundo tal como es, sin las ilusiones reconfortantes de la corrección política”. Nuestro premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, ha afirmado: “Es uno de los pocos escritores de hoy que nos obligan a pensar. Su literatura es provocadora, sí, pero también profundamente lúcida y necesaria”. Salman Rushdie, el gran novelista, sostuvo: “Houellebecq es un escritor talentoso, pero su visión del mundo es desesperanzadora. Su pesimismo no es algo que comparta, pero su capacidad para diseccionar la condición humana es innegable”. He aquí un escritor fundamental.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor, corrector de estilo, columnista y amante de los libros. Estudió Literatura y cursó la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023) y Operación Catástrofe (2024). Ha sido distinguido en diferentes certámenes literarios, tanto nacionales como internacionales.