Por: John Kenny Acuña Villavicencio (Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Guerrero)
Existe una alerta nacional sobre lo que viene ocurriendo en Guerrero. El día domingo por la noche, 15 de septiembre, las autoridades del estado sacaron un comunicado señalando que las actividades se suspendían debido al huracán John. El temor de quedar en la orfandad, como había ocurrido con el huracán Otis de categoría 5, el pasado 24 y 25 de octubre de 2023, obligó a las personas a mantenerse en estado de alerta. Se reservaron el derecho al cuidado. La incertidumbre hizo que se abastecieran de vivieres y medicamentos con la finalidad de prevenir alguna eventual catástrofe ocasionada por este fenómeno. De la misma manera, las instituciones y los ayuntamientos empezaron a creer más en la opinión técnica del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) y lanzaron advertencias cada cierto tiempo. Como si esto fuera suficiente| para que los porteños olviden de una vez y para siempre la ausencia de la autoridad, los burócratas y las fuerzas del orden durante los días más críticos de Otis, momento en el que el hartazgo y la ira se manifestaron en robo y saqueo de tiendas y centros comerciales.
Hasta el día de hoy, jueves por la madrugada, las lluvias y ráfagas de viento son intensas y no cesan. El pronóstico del SMN de CONAGUA señaló en un inicio que el huracán se dirigía a Oaxaca, pero se trasladó de manera inesperada y, actualmente, se encuentra encima de las regiones de Zihuatanejo, Acapulco y Costa Chica. El huracán John es de “categoría 3, de 5 en la escala Saffir-Simpson”, ha provocado socavones, caída de postes y cableados eléctricos, derrumbes, inundaciones y víctimas que lamentar (Ver: https://www.jornada.com.mx/2024/09/24/estados/025n1est). Con el pasar de las horas, el pánico asecha y parece apoderarse de la gente de a pie. En muchos hogares se han encendido las alarmas, tratan de resolver sus vidas domésticas como ocurrió anteriormente, otras personas prefieren evitar la realidad y salir del estado cuanto antes.
Entre truenos e inundaciones, ¿podemos seguir pensando que todo lo que ocurre forma parte del ciclo natural del planeta? ¿Acaso no es el poder del capital un imperativo categórico impuesto a develar y cuestionar? Al respecto, las empresas privadas, las asociaciones civiles y las organizaciones políticas conservadoras sostienen que el cambio climático es resultado del Antropoceno o de la actividad humana y lo que se necesita hacer es impulsar una convivencia entre el industrialismo y la naturaleza. Pero, ¿esto no es una paradoja? Basta nombrar algunas ciudades del norte como Tijuana, donde se desarrolla una industria maquiladora transnacional que, en lugar de mejorar la calidad de vida, agrava la situación del trabajador y lo somete a condiciones temporales y espaciales que son propias de las dinámicas del mercado; ni se diga de la Montaña de Guerrero, lugar donde se encuentra la empresa canadiense CamSim Mining que, además de disponer de 15 mil hectáreas destinadas para el proyecto La Diana, genera una economía de enclave y con esto trabajo precario y contaminación ambiental (J. Martínez, El impacto de las empresas transnacionales en las condiciones de vida de la población en Tijuana, 2019, Revista de El Colegio de San Luis; G. Gasparello, Despojo minero, territorialidad y bienes comunes en La Montaña de Guerrero, 2022, Cuicuilco. Revista de Ciencias Antropológicas).
Ante lo expuesto, es urgente ponderar la crítica benjaminiana sobre la transformación de la naturaleza y el paso intempestivo que toma el progreso. En “Panorama Imperial” de Dirección única (Ediciones Alfaguara, 1987) el filósofo más estudiado señala que la modernidad y la tecnología están destruyendo la “madre tierra” y lo que nos queda por hacer en estos momentos de crisis ecológica, si se quiere detener y reestablecer las relaciones hombre-naturaleza, es tomar en serio la experiencia de las comunidades (indígenas u afrodescendientes) en su lucha contra el capitalismo y el calentamiento global. Cabe aclarar que el aumento de 1°C de temperatura en el mundo afecta a las sociedades olvidadas por el Estado y el poder del dinero. Es más, el 1% de la población más rica del globo (63 millones de personas) produce el doble o más CO2 que 3 100 millones de personas juntas, provocando de este modo aumentos inesperados de calor y lluvias que impactan no sólo en la oferta y demanda de alimentos, sino también en la economía de las familias vulnerables (Ver: https://www.oxfam.org/es/la-crisis-climatica-una-crisis-nada-igualitaria).
A decir de Benjamin, llama poderosamente la atención de que en los pueblos “más antiguos” se deposite una suerte de fortuna y optimismo por la vida. Es en estos escenarios donde reposa la sabiduría y la posibilidad de restituir el orden social: “Desde los más antiguos usos de los pueblos parece llegar hasta nosotros una especie de amonestación a que evitemos el gesto de la codicia al recibir aquello que tan pródigamente nos otorga la naturaleza” (Benjamin, Dirección Única, Ediciones Alfaguara, 1987, p. 35). Si no nos preocupamos por ello será muy tarde, el progreso avanza y entierra a sus víctimas como si se tratara de un proceso natural. Es una maquinaria incesante que nos aplasta y somete a cada instante de la vida.
La invitación de Benjamin es poner un alto a la idea misma de codicia y explotación de la naturaleza. En “Avisador de incendios” enfatiza que debemos “cortar la mecha encendida antes que la chispa llegue a la dinamita” (W. Benjamin, Dirección Única, Ediciones Alfaguara, 1987, p. 64), porque si esto ocurre detonará junto a nosotros y con él nuestras esperanzas. Pero, la pregunta de fondo que se encuentra en este manuscrito es si el “curso de la evolución” del capital “perecerá por sí misma o a manos del proletariado” (W. Benjamin, Dirección Única, Ediciones Alfaguara, 1987). Esta reflexión es prolífica y profundamente compleja, pues el siglo XX está pertrecho de una serie de momentos autoritarios y de excepción como ha ocurrido en México y América Latina. No obstante, durante los últimos lustros han surgido aportes importantes para revisitar el significado del cambio social en el siglo XXI. Más allá de los aportes de William Morris, Rudolf Bahro, Mary Mellor, Bellamy Foster, Michel Lowy y Murray Bookchin respecto a la mutación de la naturaleza en el altocapitalismo, si partimos de los movimientos sociales, pronto nos daremos cuenta que éstos impugnan la lucha clásica y rebasan por mucho la existencia de dos posiciones y luchas antagónicas eternas. En su lugar, se ha asumido que el proletariado contiene una concepción más amplia y se remite a una voz polifónica constituida desde abajo. Los casos de las autodefensas de Ayutla entre 1998 y 2013 y la rebeldía del pueblo amuzgo guerrerense de finales del 2000, no sólo expresan y conciben la posibilidad de “recibir los dones de la naturaleza sin recurrir a la depredación”, sino también de actualizar el debate de la izquierda hoy. Estos sujetos –como dice Benjamin en su Tesis de filosofía de la historia (EDHASA, 1971)– son los frenos del tren suicida que nos lleva al abismo y la destrucción inminente del único lugar posible para el hombre: la Tierra.