Por Francois Villanueva Paravicino
Gustavo Rodríguez ha escrito una de sus novelas más hermosas y, por decirlo de algún modo, “más europeas”, en el sentido de que escribe con sobriedad, elegantemente, reflexiona sobre la senilidad, y recuerda a ciertas obras de escritores de aquel lado del mundo: Thomas Mann, por ejemplo. Por ello, Cien cuyes (Editorial Alfaguara, 2023) le ha valido uno de los máximos reconocimientos de la literatura hispanohablante, es decir, el Premio Alfaguara de este año.
Aunque he leído ciertas críticas de esta novela que le han bajado el dedo, yo creo que Gustavo Rodríguez ha trabajado lo mejor de sí en esta obra que, la verdad, me ha enseñado mucho como persona, pues, por ejemplo, los protagonistas centrales son ancianos que lo más bello que recuerdan de su vida son el arte (el cine, los libros o la música), las experiencias infantiles más bellas de sus vidas, o las pasionales y amorosas (desengaños, ilusiones, amores truncados, deseos), que ellos sienten y viven con la frescura de un recuerdo de ayer.
Además, porque estos protagonistas son longevos que viven acosados por la presencia de la muerte, una presencia de lo más desoladora y, a la vez, esperanzadora. Por ello, estos ancianitos, cuando la ven cerca (uno de los suyos ha fallecido en la casa donde se refugian en sus ratos libres ayudados por Eufrasia) reflexionan sobre ella en diálogos, llegando a afirmar (es una paráfrasis) que la muerte en la vejez avanzada es una humillación y, por el contrario, hallarla en la juventud es casi una gloria. Esto último les recuerda a Rimbaud, el poeta maldito que a sus veinte años ya tenía toda su obra completa, o a ciertos personajes del cine o de la literatura que también hallaron la gloria en la muerte temprana.
Es una novela que también reflexiona, de modo singular, sobre la eutanasia y la muerte asistida cuando ya no se desea vivir. Autores europeos también han reflexionado sobre ella, como Michel Houellebecq en su libro El mapa y el territorio (2010), que desarrolla, de forma secundaria, la historia de un padre anciano (su hijo, el protagonista central, es un artista) que sufre una enfermedad terminal y decide viajar, con la finalidad de hallar una muerte digna, a otro país europeo donde la eutanasia y la muerte asistida están avaladas por la ley.
Esta cuestión ha sido una polémica en nuestro país hace algunos años con el caso de Ana Estrada, una psicóloga que sufre una parálisis crónica y degenerativa y que desde el 2019 viene luchando como activista defensora de una muerte digna para personas con enfermedades graves en nuestro país. Y nada es gratuito en la novela, pues en ella también existe un personaje con dicho apellido.
En la novela los protagonistas apuestan por la muerte provocada y asistida por sus propios medios, aunque en nuestro país todavía no está permitida (por ello es ilegal y, también, polémica, es decir, noticiosa) y lo hacen de forma casi épica (frente al mar), de forma particular, como si buscaran encontrar lo que reflexionaban cuando se preguntaban sobre los temores o la paz espiritual que produce la muerte, en especial cuando se inquiere sobre la propia muerte, que es la que más preocupa o se necesita cuando uno ya se está muy anciano.
Y así como la novela se centra en la ancianidad de los “siete magníficos” (un grupo de viejitos muy amigos que se reúnen para charlar y contarse sus problemas), también esta reflexiona sobre las dificultades que ellos sufren, como cambiarse la ropa ensuciada, bañarse, comer, hacer sus necesidades, movilizarse, tomar sus pastillas, relacionarse, soportar las enfermedades que sufren, entre otras. Por eso el rol de Eufrasia es crucial: la chica que los cuida y que trata de entenderlos, tanto que hasta les ayudará a lograr sus últimos deseos vitales, y que incluso le servirá de ejemplo para ella misma cuando lo necesite.
Y la prosa de la novela me gusta porque está trabajada con solvencia, destreza, oficio, aunque a veces avanza a un ritmo lento y pausado. También es destacada las frases de los ancianos, quienes como tienen en su vida varios años de experiencia, conocen la existencia humana de forma panorámica. A partir de ello pueden juzgarla y sacar meditaciones metafísicas muy importantes que expresan en sus diálogos, que fácilmente podrían servir de epígrafes para poemas, cuentos o novelas.
La atmósfera melancólica de estos protagonistas seniles son sus emociones expresadas al recordar a ciertos actores y ciertos pasajes de las obras del séptimo arte, a algunas canciones de su época, a esos amores que no se concretaron, a los secretos que jamás se revelaron, y a todo lo que verdaderamente significó algo muy fuerte para ellos durante toda su vida. Es decir, es una novela de atmósfera melancólica. Y la muerte está ahí siempre: escoltándolos, vigilándolos, invitándolos a dormir en su lecho.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor. Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Semifinalista del Premio Copé de Poesía (2021). Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España.