Antes de partir a Lima, mis colegas escritores Juan José Cavero y Alberto Gonzales Zamora me compraron algunos libros de mi biblioteca personal: La posibilidad de una isla (2005) de Michel Houellebecq, El corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad y La colmena (1950) de Camilo José Cela. Ellos, por su parte, me regalaron algunos de sus libros, que se mojaron por las lluvias en ciertos días de la miniferia de libros que se llevó a cabo. Acepté los que todavía podían leerse.
También compartimos unos vinos y unos buenos platos de mariscos, como exigía la jornada posterior a la miniferia. Además, le pedí disculpas a Juan José Cavero por no incluir su libro Puente peatonal (2023) entre mis mejores lecturas del año pasado. Le comenté que recordaba ciertas escenas impactantes de esa novelita, que me pareció lograda, pero también le expliqué que, quizá, el año pasado no fui tan generoso con lo que anotaba de mis lecturas. Y eso también tiene muchas consecuencias.
Por ejemplo, no registré La lealtad de los caníbales (2024) de Diego Trelles Paz, que me pareció una obra lograda; o Jardín de uñas (2024) de Jorge Pimentel, uno de los poemarios más innovadores de lo que va del siglo; o Te he seguido (2024) de Jack Martínez Arias, que también es un libro sólido, aunque un poco tedioso. Estos libros, como verán, aparecieron en la mayoría de los rankings de los mejores del año pasado y, sin necesidad de ser demasiado estrictos, merecían esos espacios.
Cuando mis amigos se marcharon, les deseé la mejor de las suertes. Se fueron contentos y sonrientes. Al volver a casa, concluí la lectura pendiente: Las aventuras de Tom Sawyer (1876) de Mark Twain, un libro que Alonso Cueto recomendaba mucho en sus columnas de opinión. Y todo buen lector y escritor lo hace, lo hizo y lo hará. Basta con recordar mis lecturas de Genios (2002) de Harold Bloom, donde el gran crítico estadounidense lo estudia y afirma que lo lee y relee siempre.
Aunque se la cataloga como novela infantil y juvenil, Las aventuras de Tom Sawyer impacta desde el primer capítulo, cuando el protagonista, el niño Thomas Sawyer, o simplemente Tom Sawyer, participa en una pelea a puño limpio y se revuelca furiosamente con un chico forastero. Para un lector infantil de finales del siglo XIX, esta hazaña podría haber resultado fascinante.
El lector es testigo de las diferentes aventuras del protagonista, como sus berrinches en las clases escolares, su romance con Becky Thatcher, su relación especial con sus seres queridos y amigos, su búsqueda de un tesoro que finalmente lo lleva a cierta riqueza, y un sinfín de experiencias que no son nada aburridas; por el contrario, resultan sumamente divertidas.
Como todos sabemos, Mark Twain es un autor fundamental. En mi biblioteca personal también conservo otros de sus libros, como sus Cuentos completos, que, mientras los leo, siguen sorprendiéndome. He encontrado relatos que van desde dos hasta más de treinta páginas, y todos resultan placenteros. ¡Larga vida a sus libros!
A inicios de este año leí Hollywood (1989) de Charles Bukowski, que forma parte de la saga protagonizada por Henry Chinaski, el alter ego del autor. Es un libro muy actual que reflexiona sobre la millonaria industria cinematográfica de Estados Unidos, que reúne a la élite del cine mundial. El protagonista, un escritor pobre pero muy famoso, es invitado a escribir el guion de una película sobre su vida, por lo que recibe miles de dólares, algo que nunca le había sucedido. En medio de grandes peripecias y despilfarros, la cinta se estrena sin pena ni gloria.
Lo que me llamó la atención fue el final. Cuando el dinero recibido por la película está por agotarse, su mujer le pregunta qué harán, ya que Hollywood solo lo buscó por esa película. Entonces, impávido, Bukowski le responde que volverá a apostar en los hipódromos, pues, según él, conoce un método infalible para ganar cada apuesta de cada competencia hípica. ¡Sorprendente!
Finalmente, el poemario ¡Odumodneurtse! (2024) de Antonio Sarmiento me pareció entretenido y logrado. Como todo poeta admirador de la obra de César Vallejo, algo evidente desde el título de esta entrega, su poesía está trabajada con precisión, destreza y un lenguaje coloquial cargado de calle y visceralidad. Su gran logro es la forma, ya que maneja un versolibrismo destacado, lo que, según los grandes poetas, es más difícil que escribir en versos medidos.
Leí este poemario en pleno desarrollo de la miniferia, y el placer de su lectura me recordó por qué Antonio Sarmiento es un poeta laureado. Fue ganador del Premio Copé de Poesía y, en 2021, obtuvo la distinción de poesía “Juan Ojeda” de Chimbote. Además, en 1985 ganó el primer puesto en los Juegos Florales de poesía de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Así que es un poeta recomendado.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor, corrector de estilo, columnista y amante de los libros. Estudió Literatura y cursó la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023) y Operación Catástrofe (2024). Ha sido distinguido en diferentes certámenes literarios, tanto nacionales como internacionales.