El poema “Al motor maravilloso”, del poemario Himno del cielo y de los ferrocarriles (1925), del poeta peruano Juan Parra del Riego, es un himno a la modernidad que resume los mejores planteamientos de la propuesta futurista del autor.
La metáfora del título “Al motor maravilloso”, analizándolo refiere a la máquina o dispositivo capaz de producir energía mecánica a partir de otro tipo de energía. También se dice a aquello que hace que algo funcione o se desarrolle. Por otro lado, lo “maravilloso” refiere a algo “muy bueno, magnífico, mágico y prodigioso”. Entonces, un motor maravilloso es referente, metafóricamente y de acuerdo con la lectura total del poema, al corazón humano. La metáfora del título es netamente vanguardista, vinculados al Arte Nuevo formulados primeramente por Marinetti, fundador del futurismo, ismo precursor de las vanguardias.
La alusión a esta máquina perfecta que es el corazón humano hace su aparición en todo el poema. Su funcionamiento, productor de movimiento y vida, productor de la dicotomía orgánica de la modernidad y la naturaleza, se evidencia en el verso “y hace gritar la rueda líquida de la sangre” (la circulación sanguínea) y en “¡Qué llama enloquecida se enreda en tus fogones” (el corazón también es símbolo del amor y la pasión, del “fuego profundo”).
Este funcionamiento hace que otros cumplan sus funciones vitales, como, por mencionar solo uno, que al inferir resulta lógico la colectividad, el sistema nervioso: “Y qué electricidades/ se me van por los alambres calientes de los nervios/ hasta el cerebro, caja de las velocidades”.
El motor es una máquina que es símbolo de modernidad (“La máquina como metáfora de modernización en la vanguardia latinoamericana”, según Raúl Bueno). El corazón es un órgano natural, símbolo de la naturaleza, que da vida. Ambos tienen movimiento, son movimiento. Interactuando, la máquina también da vida, y la naturaleza es un continuo movimiento.
Así, el “motor-órgano vital” simboliza claramente la vida, el movimiento, el existir, y la naturaleza; la máquina puede dar vida, como la naturaleza también además produce movimiento, es un constante movimiento, transformación: “la materia, energía, no se crea ni se destruye, solo se transforma”.
Los futuristas, el autor del poema es futurista como ya se sabe, trajeron un nuevo mito: la máquina. Se sabe que el uso de la electricidad, los aviones, los trenes, automóviles, son elementos de transformación social. Con estas aportaciones se exige la renovación de la cultura. El arte y el artista sufren un proceso desacralizador que condiciona la ruptura del aislamiento del artista, que está exigiendo una mayor participación y comunicación entre el arte y la sociedad. Las nuevas ciudades son el símbolo de trabajo, de las concentraciones de las masas y de una nueva concepción de lo social. Los rascacielos son el emblema de la aspiración tecnológica. Los ascensores, máquinas metálicas, son símbolos de esta belleza. El mito de la máquina presenta esto, y el “motor” es una máquina.
Sin embargo, su aparición y presentación no solo se reduce en el poema del “motor-órgano vital”, sino también en diferentes partes y versos del poema se ve la conjugación de la naturaleza y la modernidad. Es evidente la interacción de la modernidad y la naturaleza en la vanguardia latinoamericana plasmado en nuestro poema analizado. Esta configuración de un mundo representado con elementos de modernidad (“deshumanización”) y elementos de la naturaleza (“vitalidad”).
La modernidad y la naturaleza se complementan como decir “el hombre es una máquina”. La modernidad busca casi ser prefecta como la naturaleza. En esto, la máquina se erige pronto como símbolo y representación del progreso humano, incorporado a la civilización. Así, nuestro poema va al encuentro de nuevas realidades, configurando, por vía imaginativa, una antitradición fundada en la expresión de la vida contemporánea y su máximo símbolo: la máquina; por la invención de las palabras, la realidad se constituye realidad autónoma. El dinamismo plástico que en la poesía vanguardista, la palabra ocupa el lugar de lo que nombran, como si fueran cosas, de manera que el significado pasa antes por la organización plástica de las palabras. Y no es que se subordina a esta, sino que es concomitante al nuevo sentido aportado por esa organización. El lenguaje se objetiva como si fuera un medio plástico; he allí un elemento válido para todos los ismos vanguardistas.
Es tal como se presenta en el verso nueve: “y hace girar la rueda líquida de la sangre”. Esta circulación vital de la sangre hace posible la vida.
La idea de movimiento está expresada claramente en las palabras: “canté”, “locomotoras” y “aeroplanos”, “lanzaré”, “motor”, “enreda” , “girar”, “atiranta”, “mecer”, “súbitos”, “corro”, “beso”, “anhelo”, “callo”, “sufro”, “espero”, “miro”, “salta”, “estiro”, “copia”, “electricidades”, “van”, “velocidades”, “turbina”, “ruedas”, “carne”, “tren”, “agitan”, “jadeante”, “andar”, “a todo vapor”, “hincha”, “rompe”, “viva”, “trabaja” , “ritmo”, “teje”, “día”, “tensa”, “Energía”, “ligero”, “sendero” , y “alado”.
El poema viene a ser la configuración de una circulación, movimiento, de palabras guiadas por una idea, motor de la composición. Y esta totalidad, este sendero recorrido, conforma y edita la vida humana total antes de la muerte, como se rescata en los versos treinta y tres y treinta y cuatro: “/Motor humano: tú eres/, /la única maravilla de este mundo doloroso”. Este poema intenta captar la sensación movimiento, la sensación de vivir, cargado de vitalidad, de la mentalidad del sentimiento, del ser y el existir.
Como se sabe, según Marinetti, había que hacer tabla rasa del arte del pasado (Pasadismo) y crear un Arte nuevo, desde cero, acorde con la mentalidad moderna y las nuevas realidades, tomando como modelo a las máquinas y sus virtudes: la fuerza, la rapidez, la velocidad, la energía, el movimiento, la deshumanización.
La elaboración del poema alienta a no revelar la métrica, se opta por el versolibrismo. En el poema futurista, como el analizado, se intenta sustituirlos nexos por notaciones adverbiales (“a todo vapor”, etc.), y busca un léxico radicalmente hecho de tecnicismo (“caja de velocidades, “émbolos”, etc.) y barbarismos (“maquinista”), plagados de infinitivos (“girar”, “mecer”, etc.), exclamaciones (“¡Qué llama enloquecida…”,etc.), e interjecciones (“qué émbolos”, etc.) que denotan energía, movimiento y libertad, lo que da suma vitalidad y vivacidad al poema.
En el poema se puede apreciar la descripción absoluta de una nueva belleza: el movimiento, característico de la máquina, que a su vez es característico de la modernización, cultura, etc.
La vida viene a ser la propiedad de los seres vivos orgánicos por lo cual estos crecen, se reproducen y se relacionan con el medio ambiente. Este espacio de tiempo entre el nacimiento y la muerte, período de vida, se presenta en este poema como una realidad en movimiento, un presente dilatándose hacia un vacío, un abismo oscuro, doloroso, que se perderá y perderá todo reduciéndose a la nada. Este proceso biológico, natural, es una etapa de transición desde un inicio hacia un fin, pero este desplazamiento es un movimiento continuo, uniforme, milimétricamente conservado, tan perfecto como el obrado por la máquina, elemento maravilloso de la civilización. La vida es un presente desarrollándose, dejando atrás el pasado (“única conquista”) y proyectando un futuro (“sendero sin sendero”); la máquina, cual instrumento mágico divino, juega con este movimiento, lo reproduce y lo estrena (“/yo siento/ /cuando queda tensa y viva sobre mi alma la Energía/ /Motor de la explosión de toda la vida mía/“). La vida puede ser entendida como “los columpios súbitos de las sensaciones”; la vida es sentir la vida, lo que causa el producto de vivir.
La modernidad y la naturaleza en el poema se complementan como decir “el hombre es una máquina”. La secuencia de correcta sería motor=máquina, máquina=modernidad; corazón=naturaleza, naturaleza=vida. Ambos constan de movimiento. Y en una interacción se puede llegar motor=corazón, máquina=naturaleza, modernidad=vida.
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Francois Villanueva Paravicino
Escritor (1989). Cursó la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019). Textos suyos aparecen en páginas virtuales, antologías, revistas, diarios y/o, de su propio país como de países extranjeros. Mención especial del Primer Concurso de Poesía (2022) y de Relatos (2021) “Las cenizas de Welles” de España. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América “Los jóvenes cuentan” (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.