El año pasado (2024) pude haberme encontrado con el Tío Factos en la Antigil del Rímac, que organiza Miguel Fegale, pero por cuestiones de salud tuve que regresar a Huamanga de inmediato. Yo tenía la esperanza de obsequiarle mis libros para que los pudiera comentar en alguno de sus programas en las redes sociales, donde, en algunos de los extractos de los videos, se apreciaba su ferocidad y dureza contra lo que defendía y lo que creía.

De lo que decía y de lo que opinaba yo siempre tuve muchos reparos, pero en algunos coincidía o me parecían verosímiles y hasta defendibles. Él, de algún modo, trató de defender su cosmovisión artística hasta el final de sus días. Como los conocedores dan fe de ello, fue uno de los integrantes que estuvo desde el inicio del movimiento Kloaka, junto con Roger Santiváñez y Mariela Dreyfus, quienes dieron vida al movimiento.

Y el movimiento Kloaka, junto con Hora Zero o el grupo Neón, fue uno de esos movimientos que consolidó la estética de la poesía peruana iniciada, tal vez, por César Vallejo. En efecto, sus integrantes creían en la poesía como algo muy profundamente social (basta recordar esa frase de que “el poema es una especie de noticia”, del manifiesto inaugural de Hora Zero), y para eso entremezclaban lo vulgar, lo callejero, lo contracultural, lo disidente, con lo culturoso, lo canónico, lo oficial. En lo formal, apostaban por el exceso-desbordamiento.

De los poemas que he leído del buen Tío Factos —o Guillermo Gutiérrez, como lo bautizaron sus padres—, está presente esa cosmovisión: lo marginal, lo periférico, lo subalterno coqueteando con la ciudad letrada, es decir, culta. Como en sus participaciones en sus programas de las redes sociales (a través de ese programa de streaming nombrado como La Roro Network, como lo hacía últimamente), siempre fue irreverente, desmitificador, provocador, cuestionador, crítico, heterodoxo, ácido.

Tal vez por eso muchas de sus participaciones eran compartidas en TikTok, Facebook e Instagram, porque nunca se amilanó ante nadie. Tal vez eso le enseñó la vida. Sin embargo, lo curioso de esto fue que, cuando nos enteramos de su fallecimiento (el cinco de abril), varios de sus admiradores compartieron sus momentos grabados más controversiales y polémicos, donde incluso despotricaba contra Mario Vargas Llosa o Julio Ramón Ribeyro. Y cuando yo vi aquellos extractos, a los días fallecía nuestro Premio Nobel de Literatura.

Dos vidas opuestas, dos destinos diferentes: el mismo mes de las letras, el mismo mar de la muerte. Pero la partida del Tío Factos cobró gran notoriedad por la odisea, lo laberíntico, lo kafkiano y hasta terrorífico que tomó curso. Sus grandes compañeros de las letras lo rescataron de la fosa común (recién a casi de un mes de fallecido), valiéndose de la presión mediática, política, cultural, que revelaría el estado penoso de nuestra realidad nacional si no lo hacían: un país maldito, una nación vil, un sistema lamentable.

¿Era acaso una pesadilla? ¿Era una novela de terror? ¿Era un poema gótico? ¿Era un relato espeluznante? Siempre he dicho que la realidad supera a la ficción. Hasta lo más increíble puede pasar en esta vida. Nada debería sorprendernos, al parecer, pues al final a todo nos acostumbramos, como decían los existencialistas. Si solo el Tío Factos, siendo lo que era, casi no se salva de ese trágico final, ¿qué podríamos esperar de otros amantes de las letras con menos fortuna, que no podrían salvarse de lo que estuvo a punto de pasarle al poeta de Kloaka?

La mayoría de escritores que conozco ejercen otras profesiones, pero también conozco a varios que han hecho de su vocación un oficio a tiempo completo. Y de alguna manera esto último fue lo que sucedió con el Tío Factos, quien logró compartir su cosmovisión de la literatura y la realidad nacional desde su propia perspectiva, su singular cosmovisión. Era un poeta con palestra, y la supo utilizar y defender. De algún modo, era un intelectual, y un intelectual siempre merece respeto; si no, volveríamos a la Edad Media y a la etapa oscurantista de la humanidad.

Según la escritora y académica Giancarla Di Laura, a inicios del año pasado el poeta se sentía devastado. Tenía problemas con algunas de sus participaciones en los programas donde aparecía, pues estos preferían darles mayor espacio a contenidos superficiales. Según la estudiosa, él le confesó “con crudeza y desgarro el peso insoportable de la soledad, la ruina emocional y el fracaso no solo personal, sino generacional”. He ahí la metáfora de un artista (“el poeta más radical de Kloaka”) que ha sufrido la existencia humana.

El escritor Rodolfo Ybarra, al reseñar el último poemario del Tío Factos, Infierno iluminado (2022), destacó lo siguiente: “Gutiérrez se ha levantado de su propia sombra y ahora nos entrega su Infierno iluminado con luces de neón y velas misioneras, una especie de trofeo recogido de lo más hondo de su espíritu atormentado, ahí donde el lago de azufre aherroja el concolón de su propio ser, aderezado de amor, odio, rabia, lujuria, escupitajos, tragos de alcohol isopropílico y un ramillete de cuatro poemas radioactivos que hieren la mirada, que hacen hueco la mano que lo sostiene, porque este payador herido muerde en cada verso, aunque la foto de la contraportada nos muestre a un indefenso señor de lentes con un perrito Hush Puppies o Beagle”. Por ello, descansa en paz, Tío Factos, ya cumpliste tu deber.

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Francois Villanueva Paravicino

Escritor, corrector de estilo, columnista y amante de los libros. Estudió Literatura y cursó la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Autor de Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019), Sacrificios bajo la luna (2022), Los placeres del silencio (2023) y Operación Catástrofe (2024). Ha sido distinguido en diferentes certámenes literarios, tanto nacionales como internacionales.franco

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