Sobre poesía se han escrito y hay escritos que la definen, la describen, la analizan y hasta la deconstruyen. Mi intención no es componer ni descomponer algo que de por sí, es harto conocido por todos, mi intención es hacer conocer una nueva perspectiva de entender a la poesía, mediante una opinión, mi opinión.
Hurgando en el recuerdo, recuerdo que guardé como recuerdo un recuerdo muy especial, el recuerdo de mi primera apreciación a la poesía. Fue por la década de los ochenta. Por ese entonces llegaban a nuestra querida ciudad unas revistas de «aventuras de capulina» de editormex. En Andahuaylas existía una librería llamada «Santa Isabel» del recordado señor Octavio Agrada, estaba ubicado en el jirón Ramon Castilla a un costado del mercado de abastos de la ciudad. Por esa época, el mercado tenía una ubicación más céntrica y no como ahora que está arrinconado a un extremo.
Yo con mis diez años era caserito de esa librería porque allí podía comprar estas revistas, bueno, historietas de capulina, que es como se les llama, pero yo los conocía como revistas, y mi afán era gestionar las propinas de mis padres, tíos y abuelos para hacer un colchón económico para después comprarlos. Entonces iba corriendo a la librería Santa Isabel y detrás del mostrador estaba siempre la señora Celia, era la dama quién me atendía. Claro que como toda librería que se precie, vendían también libros, periódicos, revistas especializadas y en historietas exhibían otros títulos como Sal y Pimienta, Turok, Don Miki, condorito, Kalimán y todo un universo de revistas. Había para todos los gustos; eso ni dudarlo. Después, de haberlos comprado, me iba a mi domicilio, llegaba a mi cuarto y acostado empezaba a leerlos uno por uno. De allí que salió esa tradición muy particular, muy mía, la de leer en la cama que es mi rinconcito de paraíso en la tierra y no me quedaba dormido.
En una de esas, encontré la historia dónde capulina está escribiendo unos versos para entregárselos a su novia, pero como es tarde el abuelo le reclama para ir a dormir. Ya en el dormitorio se lee esos versos y decían: «El arrebol de una tarde primaveral pinta tu cuerpo angelical…» para la siguiente estrofa el abuelo estaba ya profundamente dormido. «Mi alma se vuelca en un suspiro, cuando tierno yo te miro…» capulina recién cae en cuenta que su único espectador estaba dormido. Herido en su orgullo de artista, empieza a gritar: ¡FUEGO! ¡FUEGO! ¡FUEGO! – el abuelo tiene un despertar tragicómico y algo aturdido solo balbucea: ¿Qué, qué? ¿Dónde es la quemazón? – y la tercera estrofa es leída: «Fuego de primavera hay en mi corazón… Sí, fuego de primavera, mi adorable güera…»
Esa es la poesía que añoro de la época de mi niñez, porque pudo hacerme conocer dos palabras: arrebol y angelical, y lo que me llama la atención es como suena en conjunto: el arrebol de una tarde primaveral, pinta tu cuerpo angelical… y esa cadencia, muchos años después, la utilicé para hacer poesías que requerían mis amigos de la universidad en Cusco, para dárselas a sus enamoradas. Y no era fácil escribirlas porque las hacía en medio de un bus atestado de pasajeros, mientras íbamos de camino a nuestras clases de derecho. Hay algo más, en ese poema de capulina: el factor cómico; que cada vez que la recuerdo me esboza una sonrisa nostálgica que me hace rememorar aquella época donde mi única preocupación era tener el dinero para la próxima entrega de las revistas y el resto es historia…