Desarrollar alguna ocupación en la administración pública, no es lo más aconsejable para un joven profesional que quiere desplegar una carrera en el campo de las comunicaciones, porque la labor a realizarse en ese ámbito, es una carga demasiada pesada y con poco reconocimiento; respecto a ello, señalé en una ocasión que las oficinas de comunicaciones son un cementerio de elefantes.
No creo que un profesional que estudia comunicación social o periodismo, tenga como norte un trabajo subalterno de comunicación entre cuatro paredes, y luego convertirse en una suerte de guardaespaldas del jefe, actuando como vasallo de este, respirándole en la nuca, observando cada detalle premunido de cámaras fotográficas o de video para justificar un trabajo competitivo.
El comunicador gubernamental es prácticamente una marioneta a quien jamás le rinden honores, por más que realice una esforzada tarea de imagen de la autoridad y de la institución para la que trabaja, con poco tiempo para el descanso, a pesar de que la ley establece horarios establecidos, lo que jamás se cumple, además de ello es objeto de recriminaciones si algo falla en la actividad.
La tarea comunicacional que cumplen los egresados de las universidades en las instituciones públicas, dista mucho, de lo que se aprende en las aulas, pues lo primero que se enseña es que la real protagonista es la noticia y el mercado, el público, para el cual van dirigidos los contenidos informativos que produce la calle, en ningún caso los periodistas son piquichones de ningún jefe.
Las acciones de las autoridades públicas, deben ser destacadas, solo cuando anuncian algún tema relacionado al bien común o al interés público, pero mediante un equilibrio informativo que no alcance la elevación superlativa del personaje, sino mediante la mesura que se debe cumplir en la información, habida cuenta que los gobiernos son obra del pueblo que elige y paga sus impuestos.
Cuando un periodista es asignado para participar en una conferencia de prensa, no busca el lucimiento de la autoridad, sea presidente, ministro, gobernador, alcalde o director sino lo que subyace tras el anuncio, donde la persona es solo la portadora de la buena nueva, si esta es positiva, no para salir entre aplausos como un padrino que ofrece regalos: es su responsabilidad.
Empero en el campo institucional sucede todo lo contrario, el gobernador, alcalde, o director son los que se llevan las palmas, y los comunicadores son sus «tontos útiles», pues son utilizados junto al personal para intercambiar «vivas» a través de los link que se envían, para su participación en grupos y redes, donde se exigen comentarios halagüeños de chi-che-ño a favor de las autoridades.
En ese contexto, el comunicador gubernamental tiene incautada su libertad de expresión, no puede decir lo que piensa, porque su opinión no le pertenece, sino se convierte en un cordón umbilical con el jefe, dispuesto a cubrir desaciertos, así, los profesionales de la comunicación, están impedidos a realizar críticas contra este, una situación que amputa el ejercicio profesional.